
La diferencia fundamental es que esta corriente no se centra en reducir o controlar aquello que genera malestar (emociones, conductas, pensamientos…) sino en que el malestar es considerado como parte de la vida y por lo tanto inevitable, y pone su énfasis en modificar cómo nos relacionamos con él.
Las características comunes que comparten estas terapias son: uso de técnicas de mindfulness, trabajo en la aceptación, compromiso con los valores personales y la importancia dada a la relación terapéutica.
Además tienen en cuenta el contexto en el que nos desenvolvemos, ya que nuestro comportamiento surge como respuesta a algún estímulo y cumple una función en una determinada situación.
Se trata de ir cultivando una actitud de compasión hacia uno mismo e ir aceptando el malestar, comprometiéndose con aquello que es prioritario en su vida. Se plantea el cambio de perspectiva, no tenemos que luchar contra nosotros mismos, sino comprendernos y aceptar todo aquello que forma parte de nosotros, sin juzgarnos.

Como ya se ha dicho las terapias psicológicas de tercera generación aportan nuevos enfoques en los que se tiene en cuenta el contexto de la persona y también la influencia que tiene el lenguaje.
Aquello que nos decimos y aquello que nos dicen otros, afecta de manera notable en la manera en la que percibimos la realidad.
Estos nuevos enfoques son flexibles e individualizan cada trabajo para adaptarse de una manera personal a quien pide ayuda.
Por eso una cualidad esencial para un buen acompañamiento es la empatía, es decir, comprender y ser sensible a lo que nos está contando la persona.
- Terapia analítico-funcional
- Terapia de aceptación y compromiso
- Terapia dialéctico-conductual
- Terapia cognitiva basada en Mindfulness
- Psicología positiva
Desde mi manera de trabajar se integran diferentes principios y técnicas que guían esta tercera ola de terapias psicológicas:
- Especial relevancia de la relación terapéutica, de manera que se cree un vínculo fuerte de confianza, para que te sientas seguro/a y puedas confiar en mí.
- Aceptación del malestar, que no significa resignarse, sino, orientarse hacia los valores personales más importantes y la autoaceptación.
- Énfasis en las emociones y validación de los sentimientos, pensamientos y conductas de la persona, que se considera una parte activa y fundamental del trabajo. Ayudar a identificar, explorar, regular y dar sentido a emociones que nos tratan de decir aquello que necesitamos.
- La práctica de la atención plena o mindfulness, con una actitud no enjuiciadora, cultivando una actitud compasiva hacia uno mismo y hacia los demás. Aprender a observar nuestras sensaciones corporales, nuestras emociones y pensamientos hará que nos conozcamos mejor y por tanto darnos cuenta de lo que necesitamos, pudiendo dárnoslo sin llegar a realizar conductas dañinas. Además el mindfulness contribuye a la relajación física y mental, aunque no es un objetivo en si mismo.